Reivindicación del cine de Andrzej Zulawski
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Isabelle Adjani en "La posesión"
Hace un par de temporadas, en la presentación de ese ciclo antológico del cine polaco impulsado por Martin Scorsese tras su visita a la prestigiosa Escuela Nacional de Cine de Łódź, respondiendo a una invitación de Andrzej Wajda, el neoyorquino parangonaba la pantalla de aquel país con el neorrealismo italiano o la Nouvelle Vague. Más aún, Scorsese no dudaba en afirmar que el nuevo cine polaco, surgido a mediados de los años 50, es uno de los pilares de la "edad dorada del cine mundial". Salvo participar de esa misma opinión, poco cabe afirmar. La grandeza de la filmografía de cineastas de la talla de Wojciech Has, Jerzy Kawalerowicz, Jerzy Skolimowski, Krzysztof Zanussi, Krzysztof Kieślowski o el propio Wajda, está por encima de cualquier otra consideración. Sus filmes, estima el autor de Taxi Driver (1976) "tienen gran fuerza visual y emocional, películas serias, cuya complejidad hace que las descubramos una y otra vez".
Bien para dar cuenta de un título aún por ver, tales fueron los casos de Tren de noche (1959), de Kawalerowicz, o El sanatorio de la clepsidra (1973), de Has; bien para revisar un filme ya conocido -Walkover (1965), de Skolimowski- seguí con tanta avidez como placer aquella propuesta desde sus primeras proyecciones en la Filmoteca. Salvo error u omisión, no se incluyó en ella ninguna cinta de Andrzej Zulawski, mi favorito junto con Kieślowski de todo el paquete polaco. Sin embargo, no fue entonces cuando reparé en esa ausencia.
Ha sido ahora, en estas últimas semanas, al descubrir cuatro cintas de mi dilecto en mis rastreos en pos de cine antiguo en Internet -El diablo (1972), La posesión (1981), La mujer pública (1984) y Szamanka (1996)-, cuatro títulos señeros de Zulawski, cuando he reparado en su ausencia en aquella acertada antología de la pantalla polaca. Como casi siempre en las selecciones de este tipo, hay que decir son todos los que están, pero no están todos los que son.
Ayudante de Wajda en Samson (1961) y en el segmento de Varsovia de El amor a los veinte años (1962), el cine de Zulawski también habla, básicamente, de amor. Pero se acerca al sentimiento de un modo radicalmente opuesto al de Wajda. Si se me permite la expresión, el amor que nos presenta Zulawski es a degüello. Y tanto es así que en este miniciclo que me he organizado en la pantalla de mi ordenador, en ciertos aspectos, se me ha antojado un antecedente del nuevo extremismo francés, que fue a llamar el crítico James Quandt a cierto cine del país vecino que parecía "decidido a romper cada tabú; a vadear ríos de vísceras y espumas de esperma, a llenar cada fotograma con desnudez, atractiva o arrugada, y someterla a toda forma de penetración, mutilación y corrupción". Sin llegar a tanto, pues Zulawski sólo es un precedente, insisto, en algunos aspectos su cine marca un camino al de Leos Carax u Olivier Assayas, en la medida en que estos dos grandes cineastas pueden adscribirse a esos nuevos bárbaros de la pantalla del país vecino.
El Zulawski más representativo se entrega con prodigalidad a un delirio estético protagonizado por algunas de las actrices más atractivas de su tiempo: Romy Schneider, Isabelle Adjani, Valérie Kaprisky, Sophie Marceau... Sus personajes son presa de un amor sin medida que las aboca a un constante desasosiego, en la linde de la histeria, desde la primera hasta la última secuencia de la película. Anna (Isabelle Adjani), la protagonista de La posesión es la amante de un ser monstruoso, semejante al bicho de Alien: el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979). De hecho, cada vez que copula con su bestia, es como si el monstruo fuera a devorarla y sale del trance medio muerta.
No hay mucha diferencia entre el deseo irrefrenable que provoca Ethel (Valérie Kaprisky), la mujer pública, en todos los hombres con los que se cruza y el furor uterino que conmueve a Wloszka (Iwona Petry), la chica de Szamanka. El amor loco, elevado a su enésima potencia mediante las sexualidades más bizarras, es el único argumento del cine de Zulawski. Incluso en El Diablo, ambientada en la invasión prusiana de Polonia en 1793, hay una pulsión erótica -a la par que inquietante como en el mito de Drácula-, que transita toda la cinta. Jakub (Leszek Teleszynski), su protagonista, es un noble polaco salvado de la muerte, que espera a todos los juramentados contra el invasor de su país, por el Maligno. A partir de entonces, el príncipe de las tinieblas le acompañará en un periplo por la patria devastada, que incluye las imágenes de bailes de época más potentes que me han sido dadas en mi ya larga experiencia cinéfila y guarda no pocas concomitancias con los instintos que, andando en la filmografía de Zulawski, despertará Ethel y el furor que abrumará a Wloszka.
Vistas tan solo una vez, cuando se estrenaron en la cartelera madrileña de los años 80, de La posesión y de La mujer pública sólo guardaba un vago recuerdo. El Diablo y Szamanka me han sido dadas ahora, en la pantalla de mi PC. A decir verdad, para mí, Zulawski, básicamente, era Lo importante es amar (1975). Sin embargo, esta es su cinta más comedida. Pocos tan grandes como él para filmar el amor loco. Fue una lástima que Scorsese no le incluyera en su ciclo.
Publicado el 22 de marzo de 2019 a las 13:45.